jueves, 19 de marzo de 2009

El hombre que lloraba

No hablo de mi, hablo de otro.
De uno que lloraba por las tardes,
que lloraba en la noche, que lloraba...
aun no sé si por amor o por cobarde.

Los ojos rojos del cielo lo miraban
y llovían para él lo mismo que él llovía,
y ofrecía sus rayos y sus truenos
porque justamente así sus recuerdos le dolían.

Y a él no le importaba el cielo,
le importaba su tristeza, sus delirios,
la cadena que lo ataba al llanto eterno,
el formol que conserva a sus silencios.

Del árbol ve crecer no frutos
sino ojos que lo miran y él se esconde.
El ve cenizas y proyecta
el cuerpo de esa mina y el escote.

Y yo sigo viendo cenizas pero él
ya está oyendo una voz que susurra
"dejame en paz, solo te pido
que te entierres de cabeza contra el piso"

Como cae la lluvia él no caerá,
él caerá deslizandose como su llanto,
recorriendo la superficie que hay fuera
de ese interior doliente que lo atormenta

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