que a veces se apaga,
y que a veces suena
con la fuerza de mil gritos.
Y es que no entiendo la batalla
que en mi pecho se aburre de ceder,
y es que no quiero la soledad
de esperanzas sin promesas.
Te digo en voz baja y llorosa
excusas cobardes que se atreven cada tanto
a arrepentirse entre árboles y juegan
a perderse entre cenizas.
Y es que no lloro por mi muerte,
y es que no lloro por las derrotas;
lloro porque mis manos se mancharon
con barro que no ha de salir,
y lloro porque con esas manos te voy a buscar

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