Roperos repletos del aire cortante del despecho,
miradas esquivas que nada quieren mirar,
anillos que duermen en dedos que no tocan nada
y luces que enfocan la sombra de un terco reloj...
El ombligo propio pesa más que un muerto
cuando te sabes verdugo de tu propia ilusión
y Dios te castiga a desennredar el pelo
de tu tristeza callada, que nunca se peinó.
Espirales gobiernan mis versos,
espirales que se acercan a ti,
enredaderas que no saben por dónde crecer;
maleza en mis hojas,
maleza en mi sangre,
un muro de besos lejanos que no pasaré.
Detrás de ellos se esconden
mis deseos perdidos
abrazados a detalles de un mentiroso ayer.
La luna me mira y se apena
pues mi luz, como la suya, es ajena
y no tenemos dónde esconder el llanto
pues siempre de reojo
un compadrito nos está mirando
viernes, 9 de enero de 2009
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